sábado, 15 de diciembre de 2007

Relatos: ¿He ganado?

Elías miró su reloj una vez más, con impaciencia. Sólo faltaban cinco eternos minutos para que terminara su jornada, y poder al fin salir huyendo de la fábrica, regresar a su casa, dedicarle un breve saludo a su mujer y sustituir la cena por una cerveza fría, siguiendo el mismo ritual iniciado dos años atrás.

El esfuerzo había merecido la pena. Sabía que su novela tenía fuerza, que era sin duda su mejor obra. Evidentemente no podía ser imparcial, pero tenía la sensación de que había dado en el clavo. La historia era sólida, los personajes elaborados, la trama intensa y el final sorprendente. Saltándose toda la normativa interna de la empresa había impreso en su puesto de trabajo su mil veces revisado manuscrito, que guardaba como un lingote de oro puro en su pequeño portafolios. Trescientas sesenta páginas de esfuerzo, cientos de horas arrancados al descanso y a su esposa, esa chica que quién sabe por qué le soportaba aún, a pesar del poquísimo caso que le hacía. Pero la situación iba a cambiar muy pronto: la compensaría con creces por su sacrificio. Cuando ganara el Sexto Premio Mayúsculas Universales, dotado con trescientos mil euros, iba a llevarla a recorrer las Islas Griegas en un crucero de ensueño, sin ordenadores, libretas o cuadernos: se juró que no escribiría ni una postal mientras estuviera navegando a su lado.

La sirena de la fábrica resopló al fin, y Elías salió disparado como si estuviera huyendo de las llamas del infierno. Alcanzó su coche sudoroso, y tuvo que pelear con el resto de los trabajadores que intentaban salir ordenadamente del aparcamiento de la empresa, personas que, como él, celebraban el fin de la semana. Ellos parecían centrados tan sólo en el descanso y la diversión, pero él tenía un objetivo que cumplir: conseguir llegar a la empresa de mensajería urgente antes de que cerrara –y tan sólo tenía treinta minutos para hacerlo- y enviar su preciada novela directamente rumbo a la gloria. Había tenido que encuadernarla con un simple gusanillo –otro presente de su empresa, que no iba a arruinarse por ello-, pero eso era lo de menos. Media hora y su novela pasaría a engrosar la lista de obras concursantes. Sentía tanta emoción como nerviosismo: si lograba enviar su novela –ese viernes se cerraba el plazo de presentación de originales, por lo que la fecha del matasellos resultaba fundamental-, ganar sería tan sólo una cuestión de tiempo.

Tras una loca carrera que le hizo atravesar la ciudad de parte a parte, saltándose unos cuantos semáforos y transgrediendo un buen número de normas de circulación, ajeno a los radares y limitaciones de velocidad, consiguió llegar a la agencia cinco minutos antes del cierre. Como si estuviera ejecutando un ritual mil veces repetido en su imaginación, entregó el sobre que contenía su tesoro al cansado trabajador que, mirándole con desgana, cumplimentó los documentos que certificarían que el envío urgente de Elías iba a llegar puntualmente a su cita con la gloria. Y, por fin, respiró tranquilo. Lo había logrado; había llegado a tiempo. Regresó a su coche caminando despacio; se sentía tan bien que ni siquiera le importó encontrar anclada en el parabrisas una multa por estacionamiento indebido. Cogió la multa con delicadeza, la aplastó hasta convertirla en una diminuta pelotita de papel, y la tiró al suelo. Pronto iba a formar parte de los Elegidos, así que ¿a quién le importaba una multa?

Elías se introdujo en su coche y giró la llave de contacto. Como siempre su maldito cacharro se negó a arrancar a la primera; no le importó lo más mínimo, pues pronto podría cambiar su viejo artefacto de segunda mano por un vehículo nuevo. Con una sonrisa mezcla de cansancio, felicidad y satisfacción, giró de nuevo la llave de contacto, consiguiendo por fin que su sufrido auto arrancara, y se dirigió a casa. Tenía ganas de ver a Marisa, para decirle que lo había conseguido; que había llegado a tiempo. Y a continuación la besaría y le haría el amor lenta y apasionadamente.

El tráfico era muy denso; no sólo era viernes, sino que además el lunes siguiente era festivo, por lo que toda el mundo parecía haberse puesto de acuerdo para abandonar la ciudad. Los carriles de la autovía estaban colapsados, saturados de automóviles en ambas direcciones. Pero ya no tenía ninguna prisa; le tenía sin cuidado circular en segunda sin pisar el acelerador. Además, la lentitud del tráfico le permitía ir repasando mentalmente su novela, intentando descubrir inconsistencias, puntos débiles, sin conseguirlo.

Ni siquiera tuvo tiempo de ver los faros del vehículo que, tras saltar la mediana, se abalanzó sobre él. Quizás a causa de que su mente se encontraba muy lejos de la autopista, centrada en la imaginaria ceremonia en la que recogía el preciado trofeo que le iba a consagrar como escritor, le permitiría dejar su mal remunerado empleo de esclavo, y le lanzaría directamente hacia la gloria. No sintió dolor alguno: tan sólo una enorme sorpresa al verse envuelto por las luces del vehículo que se estrellaba frontalmente contra él a toda velocidad. Y su mente se llenó de oscuridad.

Elías fue recuperando muy lentamente la conciencia. Sus extraños sueños se mezclaron con intensas sensaciones olfativas, y su cerebro comenzó a abrirse paso hacia la realidad atravesando negros nubarrones de olvido y dolor, como si estuviera despertando de un sopor inducido por hipnóticos, o de una borrachera infernal. No podía abrir los ojos, ni mover un solo músculo. Sin embargo sus oídos funcionaban: pudo escuchar un rítmico sonido electrónico, que supuso originado por los equipos hospitalarios. Recordó entonces el accidente, con tanta claridad como si lo estuviera viendo en una película. Un desgraciado había saltado la mediana y se había empotrado contra su coche.

Seguía sin poder abrir los ojos, pero aun así la claridad comenzaba a resultarle insoportable. Intentó mover los dedos de las manos sin conseguirlo, y una horrible sospecha le atenazó: quizás hubiera quedado parapléjico. Y, por si fuera poco, debía llevar mucho tiempo inconsciente; quizás varios días o semanas. ¿Se habría perdido el desenlace del concurso? ¿Se habría perdido la ceremonia de entrega de premios? Intentó moverse de nuevo, pero su cuerpo se negó a obedecerle.

Pudo escuchar el sonido de una puerta abriéndose, y una voz lejana que le hablaba con cariño. Sin duda se trataba de Marisa. Seguro que lo había pasado fatal durante su convalecencia. Intentó responderle, pero aunque sus cuerdas vocales comenzaban a cobrar vida, sólo pudo emitir unos breves sonidos entrecortados. Y de pronto dejó de escuchar la sin duda femenina voz que se dirigía a él.

Clara, una de las enfermeras del turno de noche, entró en la sala de guardia corriendo, con una sonrisa mezcla de emoción y sorpresa en los labios. El médico de guardia y la enfermera jefe se le quedaron mirando desconcertados.

-Se ha despertado, ¡Se ha despertado! ¡Lo sabía!
-¿Quién se ha despertado, Clara? –contestó el doctor Fontana mirándole a los ojos-.
-Elías. El paciente de la 136 –dijo ella-.
-No es posible, maldita sea.
-Se lo juro. Ha intentado hablarme. Vaya, parece que la noticia no le agrada, doctor Fontana.
-No, no es eso. Simplemente me fastidia que esto haya tenido que ocurrir en mi turno.
-¿Por qué? –preguntó Clara cándidamente-.
-Usted es muy joven, y ha cuidado de ese hombre esmerada y cariñosamente, lo que le honra. Pero Elías lleva treinta años en coma vegetativo tirado en esa cama; casi los mismos que hace que yo finalicé mis estudios de medicina. Para él, el tiempo se ha detenido. Y voy a tener que ser yo quien le diga que tiene sesenta y cinco años, y que se ha pasado toda su vida solo, convertido en un vegetal conectado a una máquina.
-Doctor, creo que se está excediendo. Es un milagro.
-Cuando le contemos la verdad sobre lo que le ocurrió, creo que lamentará no haber muerto el día del accidente. ¿Tiene algún pariente o amigo que podamos localizar?
-Nadie en absoluto –dijo Clara perdiendo su sonrisa-.
-Maldita sea… Bien, vayamos a verle cuanto antes. No se separe de mi lado, Clara.

Elías notó que la puerta se abría de nuevo. Tenía que tratarse de Marisa. No podía verla, pero al menos podría hablarle, pues ya había conseguido articular algunas palabras. Mil sentimientos se agolparon en su corazón, pero no pudo evitar dirigirse a la oscuridad con una pregunta que le tenía en ascuas:
- Marisa… ¿He ganado?



Título: ¿He ganado?
Autor: Leonardo Ropero Serrano
Correo Electrónico: sb155@telefonica.net
Biografía: Ingeniero Industrial de profesión, comencé a escribir en el año 2005, como válvula de escape de mi trabajo. El resultado fue la novela "Crónica de Nerdhos", finalista de la IV edición del Premio Minotauro. Desde entonces he terminado dos novelas más y varios relatos, uno de los cuales recibió una mención de honor en el Concurso Andrómeda de Ciencia Ficción Especulativa de 2007. Los temas que más me interesan son la fantasía y la ciencia-ficción.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Leonardo

La verdad es que me encantó el relato cuando lo leí. Refleja muy bien la obsesión del escritor novel por hacerse un hueco en el mundillo, por intentar vivir de lo que le gusta y que tan dificil resulta. Ese supeditar todo lo demás a la escritura, el deseo de compensar a la pareja por tantas horas de abandono...

en fin, que me gustó mucho el relato. Digno de ti, como no podía ser de otra manera.

Recibe un abrazo

José Angel Muriel dijo...

Es cierto, la ansiedad del escritor está muy bien reflejada. Pero me gusta más la ironía del destino, lo que le tenía reservado. Qué crueldad. :D

Eso sí, hoy en día ni 300.000 euros nos retirarían para siempre de seguir trabajando. Todo hoy día es demasiado caro. :(

Anónimo dijo...

Eso, eso, la ansiedad. ¡Pero la que tengo yo por saber si ganó o no gano! Creo que ese es el motivo de que despertara del coma.
¡Muy buen relato, te felicito!

Anónimo dijo...

Buenas.
Antes que nada pedir disculpas por no haberme pasado hasta ahora, pero he andado y ando, muy liado.
Decirte que me gusto el relato, y ese inesperado giro del final, (que por cierto vaya putada). COmo bien dicen refleja la obsesió que tienen algunos por publicar o ganar un concurso, (menos mal que yo solo tengo todas las demas y esa no me llegó aún, jajajaja).

COmentar dos cositas, la primera, que como el personajes me quedé con ganas de saber si gano :)(solo puntualizo,no pregunto, jajaja)

Y la segunda, ¿Qué hubiera pasado en una hipotetica situación real?
¿se publica el libro? ¿le dan el premio a otro?

Bueno, no me enrollo más, como siempre un placer leerte compañero.

Javier Márquez Sánchez dijo...

Muy bueno, Leonardo, de verdad. Por un lado captas muy bien esa excitación que creo que todos tenemos cuando andamos con un texto entre manos; sin poder pensar en otra cosa ni atender a nada más. Es muy bueno el ritmo que imprimes al principio y cómo poco a poco nos vas llevando con él a un desenlace que ya se empieza a oler no demasiado positivo...

Y después, la contraposición entre los médicos y el paciente; entre lo que importa a unos y lo que le importa a él.

Creo que es un excelente homenaje a todos los que vivimos con pasión esto de escribir.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Estimados amigos, ha sido un placer haber podido publicar un relato aquí. Siento haberos dejado con la intriga sobre si el protagonista ganó el concurso o no; estimé oportuno que cada uno de vosotros terminara la historia como le dictara su imaginación.
Mi agradecimiento a La Conjura por haberme cedido este espacio.
Y una cosa más: si os presentáis a un concurso... usad el trasnporte público.
Un caluroso abrazo desde La Coruña,
Leonardo.

Mary Lovecraft dijo...

Leonardo mi enhorabuena, un relato fantástico.
Genial tal como puntúa Javier, cómo plasmas y transmites lo que ocurre en los dos puntos críticos de la vida del protagonista justo antes del accidente con su personalidad exaltada y justo treinta años después cuando despierta, y la visión de éste muy importante también en contraposición efectivamete con la de los sanitarios te da qué pensar sobre lo insignificante que puede ser la vida...o lo inmensa, según de qué lado se esté y en qué momento.

Un saludo.