sábado, 23 de febrero de 2008

Relatos: La Sombra de un Nombre

Azzaraia canturreaba una canción mientras tejía una chilaba negra como un ala de cuervo, a la luz de un candil. Fuera del hogar, la nieve era dueña de todo.

—Tuve dos hijos —susurraba la melodía—, y a los dos los perdí.

Apenas un segundo después de oír un golpe de nudillos en la puerta, Abdel Karim entró con gesto sombrío. Vestía una prenda similar a la elaborada por la mujer, tal vez para poder esconder debajo una extraña espada que nunca antes fue vista entre los árabes. Era una falcata íbera, forjada en secreto como tantas otras.

—Hospitia, Diniu ha caído. Se ha rendido a las hordas del rey Jaime de Aragón.

—Querrás decir Dàniyya —le recordó la mujer el actual nombre de la ciudad sometida—, y yo me llamo Azzaraia.

Abdel Karim echó una mirada desconfiada al exterior, antes de cerrar la puerta.

—Fuera de esta casa —dijo en voz baja—, rezaré a Alá y no comeré cerdo ni beberé vino, pero mientras existan paredes que escondan a los miembros del clan, mi nombre seguirá siendo Viriato y el tuyo Hospitia. He venido a hablar del vínculo de tus hijos con la caída de Diniu. El Oráculo predijo que se encontrarían de nuevo, tarde o temprano. Es su destino.

—¿No te parece muy oscura esta prenda? —cambió de tema la mujer, como si hablara sola—. No sé por qué los hombres tenéis tanto desafecto por el color. Parece una sombra.

Azzaraia clavó sus ojos en los del hombre y su voz se volvió más profunda.

—Y eso parecerá la persona que la vista. Recuerda que nosotros, ahora, también somos sombras.

Febrero de 1276:
La Reconquista era un hecho. Varios estandartes ondeaban en el campamento cristiano, como contagiados por la sed de sangre musulmana que cegaba a sus dueños.

—Al-Azraq encabeza de nuevo una gran rebelión —dijo Rodrigo, el más arrojado de cuantos caballeros conversaran en la tienda sobre un único tema, la guerra—. Rompió la tregua hace un cuarto de siglo, y el exilio no lo amedrenta.

—Ese bastardo firmó vasallaje al rey Jaime —respondió otro caballero—, pero no ha hecho más que levantarse en armas contra la corona de Aragón.

Un tal Francisco de Gamboa, monje que decía pertenecer a la Orden del Císter, se levantó de un butacón como si éste le quemara. Antes de que nadie pudiera interrumpirlo comenzó a escupir versículos de la Santa Biblia, mezclados con otras frases rebuscadas que recordaban antiguos sacrilegios y abusos cometidos por los moros.

Rodrigo volvió a recuperar su visceral odio hacia el Islam. Los monjes cistercienses que lo criaron desde pequeño apenas esperaron a que tuviera conciencia para contarle cómo unos mercenarios moriscos llegaron a su casa y secuestraron a su familia. Si no hubiera sido por ellos, tampoco él habría escapado.

El hecho de crecer sin madre lo fortaleció, lo convirtió en un valeroso guerrero guiado siempre por sus ansias de venganza.

—¡Dios lo quiere! —gritaba tras cada frase estudiada del monje—. ¡Dios lo quiere!

Marzo de 1276:
El Valle de Al-Agwar —Las Cuevas en árabe— estaba encarcelado entre varias sierras, algunas cortadas en vertical por un hermoso barranco. Hacia levante, el horizonte marino chocaba con la silueta de un monte vigilado por las gaviotas, que más tarde los cristianos llamarían Montgó.

Muhammad se asomó tras la gastada almena de una torre de guardia. El paisaje descendía entre terrazas de tierra fértil, salpicadas de frutales y pequeños núcleos urbanos. Los unía un rústico sendero escalonado formado por siete mil peldaños en zigzag, fruto de muchas manos afanosas —en un mañana sería considerado una reliquia de la ingeniería almohade—. A lo largo del barranco, multitud de fuentes derrochaban un agua clara y fría, inconscientes de que siglos más tarde escasearía en ese mismo lugar.

Muhammad era fiel a las tradiciones, al ayuno durante el mes de Ramadán o a la oración diaria.

Alá lo había elegido para acabar con la avanzada cristiana que estaba acabando con los últimos restos del antiguo y glorioso Al-Ándalus, por eso se unió al rebelde Al-Azraq. Corán en mano, siempre se llenaba los oídos con las enseñanzas del profeta, hasta que su desprecio por los hijos de la cruz se crecía como un fuego sobre pasto seco. Así olvidaba que la verdadera razón de su odio era que los infieles le arrebataran a su familia cuando era niño.

—¡Mahoma lo dijo! ¡Alá es grande, y él quiere su destrucción!

Abril de 1276:
La ya anciana Azzaraia merodeaba por el bosque como un pájaro más, recogiendo flores. El hombre que desde hacía horas intentaba entablar conversación con ella la acosaba con palabras que no parecía escuchar. Lo hacía en una lengua que se creía extinta, apenas oída ya en el norte de la península ibérica.

—No insistas, Abdel Karim. Ese tal Al-Azraq será derrotado, y los cristianos seguirán avanzando.

—Pero arrasarán el bosque cuando lleguen aquí. Usaron fuego para rendir otros núcleos sublevados, y no suelen cambiar de táctica cuando una les vale.

—El fuego llegará igualmente. ¿Qué importan las manos que lo traigan? Nuestro pueblo acabará cayendo... o diluyéndose con los suyos, como ha sido siempre.

El hombre hizo un esfuerzo para no alzar demasiado la voz.

—También los romanos creyeron tenernos conquistados, y ya cuando los visigodos reinaban estas tierras, lo único que les importaba era que rindiéramos culto a ese hombre clavado en dos traviesas cruzadas.

La mujer arrancó otra flor, estudiando cada uno de sus colores.

—Se lo rendiremos sin que nadie nos obligue. Nuestra fe se doblegará.

—¿Culto a un hombre ajusticiado con espinas y clavos? ¿O te refieres a ese otro que le arde la cabeza, según ese Corán que tantas veces me obligaron a escuchar?

—Hablas de los hijos, no del padre.

—De “los” padres, querrás decir.

—¿Acaso dudas que pelean por un mismo dios? Hasta ellos lo sabrían si se detuvieran a leer sus propios libros sagrados.

—Sus dioses o sus libros no me importan. Me importa mi gente, y que no quemen nuestro bosque.

—Lo quemarán, tarde o temprano, estemos nosotros aquí o nos hayamos ido.

—Pero Sakarbik y Orisos son el fruto de tu vientre. Si descubren que son hermanos, todo puede cambiar.

—¿Cambiar? —se extrañó Azzaraia. Era la primera vez que se dignaba a mirar a los ojos de su compañero, como si aquellos dos nombres la hubieran sacado de un mundo de sueños—. ¿Para bien o para mal? Mi madre dejó que el tiempo hiciera conmigo lo que me tenía guardado desde que nací, sin interponerse ante los designios del destino. Haré lo mismo con mis retoños, aunque luego ellos obliguen a los suyos a repetir sus pasos. ¿Por qué quieres que sea yo quien acabe con ellos? ¿No ves que si los despojo de una fe tan arraigada en sus corazones los destruiré?

El hombre no supo contestar.

—¿Sabes por qué tu padre quiso llamarte Viriato? —cambió ella de tema, forzando una triste sonrisa.

—¿Quién no conoce la historia del pastor guerrero? Vivió en el otro extremo de Iberia, pero las leyendas vuelan con el viento.

—Déjame igualmente que mi lengua se desahogue repitiéndotela. Hace mil quinientas primaveras, hubo un pastor que se levantó contra el antiguo Imperio Romano. Lusitania aún se nombraba en los mapas. Viriato derrotó muchas veces a los romanos y les obligó a negociar la paz, reconvertido su pueblo en aliado de Roma. Pero los mismos mensajeros que mandó aceptaron otros sobornos y acabaron con su vida mientras dormía. Sin líder, los lusitanos tardaron poco en rendirse y los íberos fuimos esclavizados.

—No todos.

—No si piensas en la esclavitud como en una cadena al cuello. Adoramos a Alá cuando el Islam entró en nuestras casas, y adoraremos al clavado en la cruz cuando empujen a los musulmanes al mar. Claro que seremos esclavos, Abdel Karim. Es nuestro destino.

—Eres afortunada por saber todavía tu antiguo nombre, mientras muchos otros lo olvidaron, como tus hijos. ¿Por qué reprochas de tus raíces? Seremos sombras, como siempre dices, pero sobrevivimos.

—Pronto dejarán de obligarte a rezar arrodillado hacia La Meca, pero tendrás que acudir a otros templos y los nietos de tus nietos sufrirán lo que tú sufres hoy. Si es el valle lo que te preocupa, Al-Agwar será repoblado por familias llegadas del mar, de Medina Mayurqa, no me preguntes cómo lo sé. La tierra me lo dice todo. Vendrán con sus cruces, esclavos de ellas; vendrán y se quedarán.

Viriato era una autoridad dentro del clan, esa comunidad furtiva que arriesgaba su existencia día a día, con cada palabra pronunciada en una lengua prohibida siglos atrás. Si la ocasión lo requería, y la guerra era una de ellas, tenía poder para imponerse al consejo de ancianos, pero ahora todo parecía tener la importancia que Azzaraia le daba. Para él siempre sería Hospitia, aunque pronto la enterraran bajo una lápida con otro nombre. La mujer le dio la espalda y volvió a cubrir su cara con el velo, dispuesta a irse.

—Sakarbik y Orisos murieron... —dijo con pena—. Ahora se llaman Rodrigo y Muhammad.

De nuevo la melancolía invadió sus cuerdas vocales, moviéndolas a su antojo. La canción salió de sus labios como un manantial de notas tristes, sin prisa por alcanzarse unas a otras.

—Tuve dos hijos, y a los dos los perdí.



Título: La sombra de un Nombre
Autor: Jordi Biosca Sancho
Correo Electrónico: baldukari@hotmail.com

3 comentarios:

Susana Torres dijo...

Enhorabuena, Baldu,
Un relato estupendo, me ha encantado, sobre todo por la capacidad de síntesis que has demostrado al tratar varios temas: la pérdida de los hijos, la aceptación forzosa de una religión ajena, la renuncia al verdadero nombre, la acomodación de los pueblos a las distintas culturas, incluso la degradación de la naturaleza.
Y todo narrado de una forma excelente.
¿De dónde has sacado una idea tan original para el relato?

Un saludo.

Anónimo dijo...

Magnífico, un relato realmente bueno Baldu. Mientras la mujer acepta los cambios, el hombre sigue fiel al pasado, sigue recordando un tiempo que él recuerda glorioso y que seguramente no fue mucho mejor ni más libre de guerras que el actual.

Pedro Carrillo dijo...

Encuentro de Bloggers de Dos Hermanas


El Próximo sábado 24 de mayo a las 18:00 horas en el Monkey será la primera quedada de los Bloggers de Dos Hermanas. Hemos estado hablando de la necesidad de encontrarnos personalmente y se ha propuesto esta fecha.

Se trata de un encuentro informal en el que compartiremos cafés, puntos de vista, impresiones sobre la blogosfera en Dos Hermanas, España y en general del mundo hispano y no hispano. La cosa promete estar animada. Ya tendremos lista de particpantes y fotos en su momento.

http://www.pedrocarrillo.com/index.php/2008/05/15/encuentro-de-bloggers-de-dos-hermanas/

Saludos.

Pedro Carrillo